Lo que pronto tendre que proteger {Adam}

Y, como parecía ser la tónica oficial desde que había salido del Infierno, el castillo aquel que tanto parecía alabar todo el mundo y que tanta diversión auguraba se había quedado en un falso propósito, una promesa engañosa de diversión que no se cumplía ni aunque lo intentara. ¿Qué podían ofrecer unos simples e impersonales muros de piedra a un demonio centenario que, para colmo, tenía un sentido del humor distinto al que se podía considerar normal? Sin meternos en convencionalismos varios ni en discusiones seculares acerca de lo que era normal y lo que no lo era, y teniendo en cuenta que mi humor era mucho mejor que el del resto de seres sencillamente porque yo era mejor, y eso era un hecho, el caso era que me aburría de la bazofia de castillo y también de las ciudades de alrededor, sencillamente porque yo me merecía algo mejor. ¿Qué diversión podían tener simples humanos, como mucho algún híbrido o, en casos extremos, ángeles a los que podía matar con la misma facilidad con la que parpadeaba? Y el resto de seres: vampiros, estirados y estúpidos chupasangres con complejo frustrado de sanguijuelas; cambiaformas, cuyo don era insignificante comparado con cualquiera de los míos; hechiceros, que ni en sueños podían comparárseme...Todo me resultaba cansino y estaba hastiado ya de tanta inferioridad frente a mí, me aburría saber que yo era superior y lo mejor (o peor en aquel caso) de todo era que así era, así sería y así continuaría hasta el final de los tiempos pretéritos. Porque ser inmortal tenía que tener alguna ventaja, ¿no? Y si no las tenía yo se las buscaba rápidamente, que tenía toda la eternidad para hacerlo. Para hacer eso y lo que me viniera en gana, en realidad, porque podía y porque si quería así acabaría pasando. Cualquiera podía pensar que estaba malacostumbrado a que todo me saliera bien pero era la verdad: todo me salía bien porque yo lo controlaba para que así fuera. Y me aburría la falta tan total y absoluta de resistencia, sobre todo porque un poco de ella hacía que la vida fuera más entretenida, así que opté por volver a un lugar en el que mi nombre era conocido por ser uno de los demonios más independientes, sádicos y peligrosos de los que había por allí abajo. El Infierno, señoras y señores, aquella planicie donde los demonios solíamos habitar y donde esperaba encontrar un mínimo de diversión porque, de lo contrario, cogería a alguien y le abriría en canal sólo por despejarme. Un solo pensamiento consciente fue lo que me costó llegar, y un segundo después ya me arrepentí de mi decisión porque auguraba aburrimiento....o al menos lo hizo hasta ver a una chica, diablesa joven al parecer, subida sobre tacones de aguja y cuya figura rompía la monotonía de la roja arena por el lugar. El día, quizás, podría terminar mejorando... – Mira lo que nos ha traído la arenisca rojiza.... – dije en voz alta, detrás de ella y con los brazos cruzados, esperando su reacción.

Sólo un instante después de haber hablado me llegó la esencia de aquella diablesa con intenciones juguetonas, pues sólo había que verla. Era más poderosa de lo que aparentaba a simple vista, pero no por ello podría luchar contra mí y mi omnipotencia, capaz de hacerla doblegarse frente a mí con solo desearlo. Ventajas de ser hijo de uno de los mandamases del infierno y de haberme desarrollado tanto como demonio, dejando aparte el lado humano que una vez había tenido. Fijándome mejor en ella, podía ver que tenía las características típicas de los demonios jóvenes con un mínimo de poder: oscuridad incipiente que ellos creían que era soberbia y suprema, arrogancia llevada al extremo por la confianza inútil en sus sobrevalorados poderes y, para finalizar, ganas de tocar las narices o, traducido, divertirse. Casi como yo, con las ligeras diferencias de que yo ni era un demonio joven ni alardeaba de algo que no podía permitirme: era superior, y eso era un hecho, así como también lo era que la chica enfrente de mí era bastante mona. Pelo rubio, ojos azules, delgada y figura esbelta, alta aún subida a los tacones que llevaba, desafiando las leyes de la física que en aquel lugar y en aquel momento a los dos nos importaban más bien poco... Un ejemplar típico de algo que en el Infierno, en las más bajas castas, era conocido como súcubo: una diablesa sensual cuya mayor afición era seducir, jugar y torturar al sexo contrario. Sus movimientos sinuosos al acercarse a mí y su mirada de arriba abajo por mi cuerpo, examinándome y evaluándome como posible amenaza o presa, no hacían sino confirmarlo. Por desgracia para ella, no había ido a toparse con el demonio más fácil de convencer del maldito Infierno, sino más bien todo lo contrario. Podía decirse que al ser mi semejante en cuestión de raza la respetaba y que por ser mujer y estar de buen ver me atraía, porque ambas cosas eran hechos innegables y verdades absolutas con las que estaba totalmente de acuerdo, pero de ahí a permitir que ella jugara conmigo a voluntad....había un enorme trecho que no estaba dispuesto a recorrer. Sus ganas de que así fuera, y como tenía ganas de tentarme y de jugar conmigo, como su intento de comentario sarcástico había dejado claro, la dejaría jugar, o al menos pretender que lo hacía, mientras la mano invisible que dominaba los hilos de la situación era la mía, no la suya. – Vaya, y yo que pensaba que por una vez este sitio iba a ser algo diferente o, al menos, entretenido...mi gozo en un poco. A menos que tú seas diferente al resto de demonios que trae la arena roja. ¿Lo eres...Padme? – terminé, interrogante y con una expresión de picardía similar a la suya grabada en el resto. Su nombre había sido algo fácil de sacar con un simple barrido mental que ni notó, y me daba cierta posición de superioridad, si bien sabía que probablemente ella sabría también el mío. Mi reputación por allí abajo me precedía, y no mucha gente se acercaba al mejor asesino del Infierno. Su valor podía ser admirable, siempre que no fuera fruto de la ignorancia...

Si algo tenía que me diferenciaba de todos aquellos charlatanes que mentían más que hablaban era que poseía mucha experiencia, la suficiente como para saber de buena tinta de lo que hablaba. Si de un tema no sabía nada, me callaba, así de sencillo. Y a pesar de no ser uno de los demonios más viejos del infierno (mi apenas siglo y medio, año arriba año abajo no era comparable a los milenios e incluso eones de existencia de algunos de ellos y, sin embargo, yo les daba mil vueltas a todos) podía decirse que al haber vivido mezclado con los humanos desde siempre tenía mucha más experiencia en todo que los que se habían limitado a hacerse un nombre en el Infierno. Por ejemplo, en mujeres. Todas, absolutamente todas las mujeres caían si utilizabas el estímulo adecuado, y aunque no todas las mujeres eran unas zorras (porque yo mismo había conocido a una que no lo había sido para que acabara muriendo y dejando el camino libre a todas las que sí lo eran...) el 99% sí que lo era. Siendo un demonio, el porcentaje se hacía extensivo a absolutamente todas, y me daba igual lo mucho que quisiera disimularlo porque sus pintas decían otra cosa. Toda ella lo decía: su lenguaje corporal, sus tacones altos, sus ropas, su actitud, su expresión...absolutamente todo revelaba que ella era igual que las demás, con la posible diferencia de que podía ser más entretenida si se hacía la difícil y me daba algo de entretenimiento. Ganar siempre, que lo hacía, no era divertido si lo hacía a la primera y sin ninguna clase de dificultad por parte del rival: estaba demasiado acostumbrado a eso y por eso mismo no me divertía ya que me dejaran ganar. Si ella quería hacerse la difícil, que se lo hiciera: yo iba a conseguirla para divertirme como que me llamaba Adam Winchester, y ya porque era cuestión de demostrar que era mejor que ella porque sólo había que vernos para darse cuenta de ello, yo era mucho mejor. Yo no utilizaba sarcasmos estúpidos y sin el menor rastro de ingenio si no merecía la pena y no lo haría si careciera de la capacidad para hacerlo, como lo hacía ella. ¿Su ego llegaba hasta tal punto que tenía que recurrir a aquello para tratar de impresionarme? Patético, sin duda, pero a aquellas alturas de mi vida de poco me sorprendía. - ¿Para qué descubrirlo yo solito teniendo a alguien más interesante para que me lo descubra? Nada menos que un demonio con complejo de gata, que hasta bufa y todo. – respondí, encogiéndome de hombros para después cruzar los brazos sobre el pecho.

Uf, se estaba llevando las papeletas de gilipoll**. Y sobre todo de una buena paliza. Además así aprovecharía para desahogarme y entrenar un poco. A lo mejor el demonio era bueno en ello y todo. Pero en fin. Le sonreí,casi evitando la risa. ¿De verdad se creía que yo era como el resto de las demonias de aquel lugar? ¡Ja! Patético. Podría hacer algo tan sencillo como seguir le el juego y luego dejarle con las ganas. Podría, pero no lo voy a hacer. Lo mejor en estos casos es ignorar y punto.

-Si claro, como que te voy a dar ese gusto.-roté los ojos y me di la vuelta acercándome más al barranco. A lo mejor así se iba. O también se quedara.

Mientras no se hiciera el listillo conmigo, me daba igual que hiciera. ¿En serio se creía que podía ser más... estratégico que yo? Vale, esto no era una guerra. Pero aun así la estrategia vale para todo. Como cazar a un hombre o mujer para que tuviera un "juego" contigo. Que es más o menos lo que estaba pasando ahora. Pero conmigo no iba a ser tan sencillo de hacer "el juego". Había sido educada durante toda mi maldita vida para ser mejor que los demás en inteligencia y combate.Y desde luego lo había conseguido. Si no, ni mi tío, ni mi padre me habrían dado el consentimiento de salir de aquel estúpido castillo al que había llegado a odiar con todas mis fuerzas.

Aquella chica me aburría. Se debía pensar que era fácil jugar conmigo como ella parecía pretender o que yo era un demonio vulgar y corriente que se iba a dejar vencer por alguien como ella...ja. Las diablesas sólo sirven para una cosa, que es para engañar a los humanos y jugar con ellos. En su noble arte no voy a negarles el reconocimiento que se merecen, por mucho que yo mismo juegue con los humanos mucho mejor que ellas mismas lo hacían porque someterles bajo mi juego y mi control era algo que hacía sin tener ni que pensármelo. Al margen de esa única utilidad que poseen los demonios femeninos, se convierten en absolutamente lo mismo que un cero a la izquierda: nada de nada. Sólo alguna chica que conocía y había conocido era la excepción y se libraba de esa generalización, pero el único nombre que me venía a la mente (y mi mente era lo suficientemente brillante como para saber que no era cuestión de problemas de memoria, eso de que no se me ocurriera ninguno más...) era el de mi hermana Anthea. Y sólo porque tenía parte de mis genes y todo eso, que el cambio de cuerpo no había afectado a mi relación con ella al ser la parte demoníaca que ambos compartíamos lo que nos unía por parte de padre. De un padre que bien podría haberse quedado haciendo punto de cruz en el infierno, en vez de tocar las narices y habernos condenado a Anthea y a mí a acabar convertidos en lo que éramos... Sí, hasta los mejores vaqueros teníamos asuntos pendientes con los padres, cosas que pasaban. En fin, que al final terminé por mirarla aguantándome las ganas de bostezar mientras ella se hacía la interesante (de manera inútil porque no lo era) y, tras sonreír, decía que no me iba a dar aquel gusto. ¿De qué leches hablaba? Ah, sí, de eso que había dicho de que ella podría descubrirme algo. Lo siento, estaba tan centrado en mis propios pensamientos, lo único interesante de por allí, como para prestarle la menos atención a ella, tanto que casi me evado. Mea culpa, o algo así, aunque en realidad la culpa ni era mía... En fin, que terminé por poner los ojos (ojazos, por lo bonitos que eran mis ojos...modestia aparte, porque eso era un hecho) en blanco y por bostezar finalmente con ella de espalda, luchando por no poner los ojos en jarras y hacer que, con un solo pensamiento mío, ella sufriera la más agónica de las muertes. Podía ser más divertido forzarla a que reaccionara de alguna manera y por favor, era omnipotente, si se me ponía farruca podía mantenerla a raya. Juguemos con el peligro, o con aquella ilusión de peligro que ella era creyéndose más de lo que entraba dentro de sus posibilidades. – Como prefieras, Padme, pero si quieres ignorar tu sentido común, si es que lo tienes, allá tú. No es problema mío. – acabé de decirle, encogiéndome de hombros sin que me viera y girándome en dirección contraria, en busca de la diversión que ella no sería capaz de darme.

Ya me estaba dando pena aquel demonio. En serio se creía que yo era como el resto. ¡Ja! Entonces se llevaría una decepción muy grande. No estaba dispuesta a perder el tiempo con demonios como el, que seguramente solo buscaban la diversión de una demonia, que fuera lo bastante put* como para caer el el juego de aquel demonio. Y claro esta, yo no estaba dispuesta a caer en su juego.

Saque uno de mis chicles -mis adorados chicles- ignorando por completo los comentarios de aquel demonio. ¿Sentido común? Por Lucifer, un poco más y me da un ataque de risa. En comparación con el resto de demonias de aquel lugar, mi cabeza estaba..como decirlo...¿Abierta? Tenía la capacidad de pensar y razonar que ninguna tenía. Ellas solo buscaban el sexo y la diversión que otros le dirán, yo por contrario...¿Buscaba más?

-Lo siento, demonio. Pero si esa es tu idea, lo llevas muy claro.-camine hacia el borde del precipicio hasta que la punta los zapatos sobresalieron.-Yo no soy como las demás...

Dicho eso me lance por el precipicio. Había saltado desde alturas mayores, aquello apenas era nada para mi. Como un simple escalón. Bueno, un escalón de unos 152 metros de altura, pero un escalón. Al tocar suelo, una polvareda de arena se levanto a mi alrededor y tuve que esperar un poco hasta que se pasara para ver por donde iba ahora. El infierno era un lugar enorme, y yo estaba dispuesta a investigarlo. ¿Pobre del demonio, no? Se quedo sin su diversión.

Todas las mujeres, con alguna excepción puntual, son iguales. Todas acaban cayendo si piensan que no te interesan, todas acaban por hacer algo estúpido para llamar tu atención y todas ellas terminaban (o empezaban) por no pensar y acabar haciendo cosas que, si las pensabas fríamente, resultaban absurdas, como lo que ella, que no era una excepción a aquella máxima general, terminó por hacer al decirme que si llevaba esa idea lo llevaba muy claro, valga la redundancia. Ni imaginación para evitar caer en redundancias tenía aquella chica, así que no entendía cómo pretendía que un demonio más antiguo que ella y con muchos ases escondidos bajo la manga (entre ellos la omnipotencia, por mucho que ella no tuviera por qué conocer algo con lo que podría matarla simplemente al pensarlo) no sólo la respetara, sino también demostrara que lo hacía. Por favor, que hablaba de un demonio, no de un estúpido ángel al que le diera igual caer bajo sólo con existir y llevar por la vida ese par de horrorosas alas con plumitas... ¿Es que nunca iba a terminar aprendido? Al parecer no, y como mi paciencia tampoco es que fuera infinita, mucho menos con quienes no la merecían (entre ellos todo el mundo que me pille en un mal día excepto mi hermana Anthea y, por ella, su novio), ya estaba empezando a cansarme de sus bravatas y de su estupidez, que terminó por traducirse en ella saltando del acantilado no sé cuántos metros en dirección al fondo. Sabía que no iba a matarse por el golpe (no caería esa breva, no...), y que los segundos que le costara bajar a aquella rubia estúpida, que encima parecía querer confirmar el dicho de que las rubias son tontas, se creería muy especial, así que tras darle unos segundos de margen (lo que me costó escuchar de fondo el ruido de ella tocando el suelo), continué mi camino, con la diferencia de que con un pensamiento estuve allá abajo, camuflado por la polvareda que sus pies habían levantado al caer al suelo. Me crucé de brazos y puse los ojos en blanco, esperando a que viera que llevaba allí un rato y que me estaba aburriendo soberanamente. – Y esta es la razón número doscientos veinticuatro en los últimos cinco minutos de conversación por la que me demuestras que, efectivamente, eres como las demás. Un poco de imaginación no te vendría mal; lo sabes, ¿no? – inquirí, alzando una ceja y con expresión sardónica.

Y él chico seguía ahí. ¿Aun no se había dado cuenta de que le estaba ignorando? ¿Qué más necesita? ¿Señales con luces? Para que luego digan que no había gente necia en el mundo. Y más aun en los demonios. Le observe con los ojos fríos, mientras hacía estañar una bomba de chicle en mi boca. Y encima necesitaba mas indicaciones de que yo no era una "prostituta" de demonio. Si se pensaba que me interesaba algo...Bueno, haya él, ¿No?

-Por si no te diste cuenta, te estaba ignorando.-sonreí sarcásticamente sin moverme ni un milímetro- No era una demostración. Era un simplemente "Adiós, creído".

Podía congelar le los testículos allí mismo, y dejarle sin herencia Uy, eso sería muy divertido. Y además no podría hacerme nada puesto con eso congelado no tendría "fuerzas" para atacarme físicamente. Y los ataques psíquicos no me afectaban , por lo que podía quedarme ahí mirando, con una estúpida risa demoníaca de "Te lo dije". Pero estaría perdiendo el tiempo, y mi tiempo es muy valioso.

-Pero vamos que si sigues insistiendo en buscar sexo, yo te lo doy tranquilo.-Tome a una de las demonias que pasaban por allí (Había mucha gente en el infierno), controlando su mente. Y la ordené que fuera directa a los brazos del demonio engreído.- A la, ¿Ya estas contento? Que os divirtáis.

Me di media vuelta y seguí mi paseo indiferente de el chico, ahora al lado de la chica engatusada por mi mente. Ese es el problema de los demonios que no conocen la vida de las personas como yo. Que se creen que todas somos iguales. Bueno había que admitirlo, el 99% de las demonias de los mundos, lo era. Pero yo no, yo era muy distinta a todas ellas por lo que me daba ventaja en este tipo de juegos.

Menudo tedio que era todo, empezando por ella y terminando por el Infierno. Casi había olvidado lo sumamente eterno, interminable y por eso mismo monótono que era todo por allí abajo, empezando por aquel ejemplar de demonio creído en cuerpo femenino bastante pasable porque, seamos sinceros, en más de un siglo de vida había visto a muchísimas mujeres y casi todas mejor que ella, que era simplemente vulgar. No sólo por su aspecto sino también por su energía, por su capacidad verbal y sus simples ideas que se esforzaba en repetirme y en enarbolar como si fuera algo original que la hiciera diferente del resto. Despierta, Padme, eso de hacerse la difícil es la estrategia más vieja y menos efectiva del mundo. Si te muestras difícil sólo harás que se pierda el interés en ti, pequeño consejo de profesional versado en la materia... Aunque dada su capacidad cerebral comparable a la de una ameba (lo siento, amebas, por compararos con algo tan inferior a vosotras...) tampoco iba a perder parte de mi valioso tiempo intentando que lo procesara antes del día del Juicio Final. Que uno era inmortal, pero no tanto como para aburrirse de tal manera. Total, que después de soltar una bravata (o un intento de ella, que para el caso es más bien lo que fue...) que yo me limité a ignorar porque recopilar ideas para el Libro de aquellos que se creen especiales sin serlo no era mi actividad preferida en aquel momento, decidió coger a una de las demonias que pasaban por allí para lanzarla a mis brazos con un control mental que otra cosa no, pero precario era un rato largo...porque ni siquiera había contado con que yo conocía a aquella diablesa traviesa y debilucha y que ella estaba deseando verme como demostró tras meterme en su mente y quitarle el control mental de la aficionada rubita aquella. Unas palabras diciéndome cuánto me había echado de menos y ella colgándose de mi cuello para darme un beso de todo menos casto al que ni siquiera respondí fue lo suficiente para que ella se quedara mirándome enfurruñada, como preguntándome sin palabras qué sucedía...aunque fue mirar a la chica que taconeaba en dirección contraria lo que necesitó para enfadarse con ella e ir en su dirección, tirándola del pelo antes de que Padme pudiera reaccionar mientras yo, con los brazos cruzados y con el cuerpo y la mente debidamente protegidos, contemplaba la escena de la diablesa poderosísima comparada con Padme que se estaba enfrentado a ella sin tener, por una vez, nada que ver...al menos directamente.

OFF: Siento la tardanza, he estado muy ocupado con exámenes.

Estaba claro que el chico iba seguir insistiendo. Cabeza hueca. ¿No tiene nada mejor que hacer? Por dios, lo que me faltaba perder el tiempo con un mocoso inmaduro. Al parecer la chica que controle se verdad le conocía. ¿Mejor, no? Un juguetito que ya se conoce es mejor para jugar. Pero el tuvo que devolvérmela. Y no de una forma amable, no. Tuvo que hacer que la muchacha me atacara. Primera reacción que haría...¿Matarla? No ella no tiene la culpa. Es ta bien, demostremos a este mocoso inmaduro con quien se a metido.

Solo tenía que voltearme para agarrar la muñeca de la chica, arrastrar un poco el pie por el suelo de tal manera que ésta cayera tumbada dándose un golpe en la nuca y quedando inconsciente. Pero por mas precaución, utilice el poder de mi hielo para envolver su extremidades en éste y así mantenerla inmóvil contra el suelo. Y ahora venía el chico. Veamos ¿Lo hago rápido? ¿O me divierto un rato? Dificil elección. No tengo por qué perder el tiempo con alguien como él que se cree que todo es suyo y ya. Pero bueno, si lo alargo un poco sera más divertido el hacerle sufrir ¿No?

-Ay niño tonto...¿Nunca te enseño tu mamá a no meterte con desconocidos?.- una sonrisa burla apareció por el costado de mi rostro mientras terminaba de cubrir de hielo a la chica.-Bueno, mejor aprender la lección tarde, que nunca ¿No?

En ese momento mi cuerpo se movió rápido, demasiado rápido como para que el chico pudiera percibir mi ataque. Una vez estuve cerca de él, le hice un barrido de tal manera que al quedar su cuerpo suspendido en el aire con intención de caerse al suelo, mi siguiente golpe lo empujara contra las rocas del acantilado. Una vez estuvo su cuerpo plasmado en toda la roca, aproveche la ración de segundo que el estuvo convaleciente para cubrir todo su cuerpo con hielo puro dejando solo al descubierto su entrepierna y su cabeza. Seguidamente avance rápido hacia el, a al vez que sacaba dos de mis dagas que permanecían escondidas bajo mi ropa y una la coloque en sus partes nobles, y la otra en su cuello.

-No intentes moverte. Tengo todos mis sentidos concentrados en ti el mínimo movimiento y te corto los huev**. Y tampoco intentes meterte en mi mente. Conozco demasiado bien ese poder y sé perfectamente cuando alguien intenta controlarme y en ese momento no dudare en apretar más la daga. Si aun asi quieres intentarlo, adelante... Inténtalo. Pero si conoces a Lucifer o al menos sabes de él, te recomiendo que no lo hagas...-Era todo muy cierto lo que decía. Lucifer era mi tio. Y como tal es uno de las dos personas a las que no he podido vencer. Pero no me he queda muy atrás. Fui la única que pudo cortar le varias partes de su carne. Y no es más, en la prueba de consentimiento de Guardián, mi tío hizo que me enfrentara a todo un ejercito (exagerando ya la cosa) y salí victoriosa. Ese chico solo tenía una posibilidad de salir ileso de aquella. Todo depende de el ¿No?


fdr: perdooon!!! me quitaron el internet >_< Lo siento

Ignoraba el nombre de la chica que se me había acercado después de que Padme me la lanzara. ¿Era Suzanne, Charlotte, Sophie, Anna...? No lo sabía, me había acostado con tantas diablesas del infierno a aquellas alturas de mi vida que sus nombres me resultaban algo que ni me interesaba aprender, sobre todo porque mi memoria era más visual (y sensitiva...) que de datos y conceptos sueltos y esforzarme en ignorar nombres sin que me vinieran como por iluminación divina (o infernal, más bien), era inútil. De hecho, antes pensé en las inspiraciones de última hora, antes me vino una diciéndome que el nombre de aquella chica era Ashlee y que era zorra como pocas, así que bien le vendría cualquier cosa que la rubia egocéntrica y creída de Padme le hiciera...porque se merecía eso y más. De hecho, lo que le hizo fue cogerla de la muñeca y tirarla al suelo para dejarla inconsciente y hacer que, de paso, su cuerpo y sus extremidades sobre todo quedaran cubiertas por el hielo. Wow, hielo, qué originalidad la suya, de verdad... ¿Se pensaba especial por eso? Al parecer sí, porque pensaba que vencer a un demonio tan débil como aquel era una hazaña por la que tendrían que darle un premio, o algo así. Y como yo en el fondo era bueno (já, sus ganas...), decidí conmigo mismo que iba a probarla. Ya se sabe, cuanto más grandes son (o se creen que son), más pesados caen. Iba a probar con ella aquella teoría e iba a poner en práctica su aguante conmigo y, además, sus posibilidades de salir con vida de un encuentro conmigo. Además, iba a probar su imaginación a ver qué decidía hacerme a mí y, de paso, probarla y juzgarla en función a las bravatas que salían de su boca. Por eso mismo fingí indiferencia y falta de interés y, por eso mismo, ignoré el comentario tonto de ella insultándome y diciéndome que debería haber escuchado a mi madre cuando me decía que no debía meterme con desconocidos. Su sonrisa torcida, o amago de ella porque esas sonrisas sólo las sabía hacer yo, fue lo que precedió a ella alzándome en el aire y después estampándome contra la pared antes de cubrirme de hielo, aprovechando que yo fingía estar convaleciente e indefenso. En pocos momentos me costaba tantísimo aguantarme la risa por lo patética que era como en aquel momento, ya que se dejó mi cabeza y mi entrepierna de cubrir y sólo por eso había firmado su sentencia de muerte más lenta y dolorosa porque, nada más acercarse, me amenazó con sendos cuchillos en las dos partes descubiertas y me amenazó con Lucifer. Oh, Lucifer, qué miedo le daba aquel ser al hijo de Belcebú, uno de sus subordinados inferiores y, desde luego, más poderoso que el autoproclamado rey del Hades. ¿Aquella niñata se pensaba que era una amenaza para mí? No pude evitar poner los ojos en blanco porque su amenaza me daba risa, como mínimo. El hielo no me afectaba porque mi cuerpo, con un solo pensamiento, se había vuelto inmune a cualquier ataque físico; sus cuchillos me daban menos miedo todavía que ella y que estuviera atenta a cualquier ataque mental...por dios, que era omnipotente, que no me anduviera fastidiando con chorradas como aquellas. Con un pensamiento, los filos de sus cuchillos se derritieron como si fueran de mantequilla y dejaron de tener efectividad para cortarme. A su vez, el hielo que me cubría simplemente desapareció y yo bostecé, aburrido porque ella no tuviera nada mejor que ofrecerme. Si amenazaba, que lo hiciera de verdad... Con otro pensamiento, hice que en su interior la sangre fuera transformándose en ácido lentamente, destrozando sus arterias y venas lentamente y, al extenderse por su cuerpo, matándola de dolor e hiriéndola desde dentro sin que pudiera hacer nada por evitarlo ya que no era un ataque a su mente, sino a su cuerpo...su débil y patético cuerpo que yacía en el suelo retorciéndose de dolor. Alejado de ella unos cuantos pasos suspiré de puro tedio. – Mi madre me dijo que no jugara con nadie que no mereciera tanto la pena como yo, y mi padre...bueno, él me dijo que no tuviera miedo de alguien como Lucifer, ni mucho menos de sus subordinados. Gracias, Belcebú. – le dije, encogiéndome de hombros y viendo su cuerpo sufriendo por mi tortura en el suelo sin que yo moviera un dedo ni por herirla ni por ayudarla. Y sólo yo podía librarla de aquella tortura, yo y nadie más...Más le valía empezar a suplicar.

En el fondo, por no decir directamente en la superficie más superficial de mi soberbio y superior cerebro, sabía que aquel ácido era una tontería comparado con todo lo que yo podía llegar a hacer. ¿Qué decir en mi defensa? De tan insignificantemente inferior a mí, estúpida y aburrida que era aquella niña que jugaba a ser mayor y a desafiar a alguien como yo, al parecer había terminado por encontrarle la diversión a aquel juego y no quería matarla sin, al menos, divertirme algo más con ella. Y quién sabe, quizá ni siquiera matarla porque mancharme las manos con una sangre que ni siquiera sabría rica, como la suya, sería algo inútil. Lo que me recordaba, a su vez, que me estaba apeteciendo probar a aquella niña. Quizá, al margen de su incorregible desviación del camino recto, había algo en ella que se podía salvar y aprovechar ya que lo demás parecía contaminado sin posibilidades de arreglo. Quizá, o quizá yo a veces pecaba de excesivamente crédulo en la raza de los demonios, mis inferiores aunque más cercanos a mí que los inútiles de los ángeles. No sabía, y lo mejor era probarlo, así que empecé a pensar en diversas ideas, planes y formas que se me empezaron a pasar por la mente mientras ella hacía la obra de teatro de actriz fracasada de reírse en mi cara y seguir soltando bravatas por su boca que me limité a ignorar porque no me apetecía hacer aparecer un Paracetamol con el que quitarme el dolor de cabeza que su irritante tono de voz me provocaba con cada chorrada que se le pasaba por la mente. Pensar antes de hablar, niña, no es tan difícil...aunque para un intelecto inferior como es el tuyo sí que lo es, al parecer, porque no eres capaz de hacerlo. ¿Lucifer? Por favor, cultura general, él era el último mono en el campo del infierno y en la cadena de decisiones porque cualquiera de sus subordinados era mejor que aquel...ángel caído. Sólo de nombrar a aquella raza y de pensar que el que se suponía que era mi líder como demonio era uno de mis enemigos venido a menos hacía que me dieran ganas de coger una palangana y ponerme a vomitar, más bien por lo sumamente triste que era la idea...casi tanto como aquella niña que sólo por conocer su nombre y quizá por conocer al propio Lucy pensaba que iba a ser capaz de vencerme. Como si yo no tuviera mis propios truquitos bajo la manga... En fin, que después de levantarse de una manera que me hizo querer mandarla directamente al circo con los monos, sus iguales, me echó hacia atrás y se puso encima de mí; desapareció al transformarse en hielo (vaya, qué originalidad la suya...) y me escribió su nombre en la espalda antes de darme un beso en la mejilla. Ella. A mí. ¿Cómo se atrevía ella a tocar mi mejilla sin que yo le diera permiso para hacerlo? Por dios, lo de aquella niña ya era excesivo de ego...y como encima se alejó para contemplar el espectáculo, yo puse los ojos en blanco y me quité la camiseta porque me la había destrozado, la muy perra. Encima de que valía más que ella... Total, que la tiré por ahí y dejé a la vista mi pecho lleno de tatuajes, de lo que más me gustaba de aquel cuerpo nuevo que había acabado por poseer, antes de coger una tira de la herida de su nombre y estirar, haciendo que la piel de su herida cayera al suelo, formando su nombre con mi piel, y que en el lugar en el que en mi espalda había estado su herida no quedara sino mi piel y el tatuaje de los huesos de cromo, azules y que me recorrían toda la espalda. Del bolsillo del pantalón saqué un cigarro y lo encendí, pasando de ella e inspirando aquel humo cuyo sabor me gustaba tantísimo...pocas de las cosas humanas que realmente apreciaba, aparte del alcohol y de la música, con quizá alguna más que en aquel momento no me apetecía recordar. Con el cigarro en los labios y viendo claramente dónde estaba, aunque quisiera ocultarse, la hice volver a ser corpórea mientras me iba acercando a ella, impidiendo que se moviera con mi poder hasta que llegué y me quedé frente a ella. – Interesante. ¿Algo más, aparte de insultar gratis a mi madre? – pregunté, encogiéndome de hombros y alzando un dedo a su mejilla, acariciándola un momento antes de hacerle un corte con la uña y beber la lágrima de sangre que cayó. Como pensaba, algo de ella sí que era utilizable. – Una lástima, al menos una parte de ti sí merece la pena. Tu sangre no es tan mala como la de muchas de por aquí. – agregué, jugando con el piercing de mi labio inferior y mirándola con cierta curiosidad. Aquel don del hielo suyo era interesante, en sí no, pero sí cómo lo utilizaba, y quizá me diera alguna idea que siempre era bienvenida. En mi mente desarrollé un metal, una aleación pura y perfecta que no pudiera calentarse a ningún precio ni tampoco congelarse, sólo pudiendo controlarla yo y absolutamente nadie más que yo, pues era mi mezcla especial, como la fórmula de convertir el plomo en oro del alquimista afortunado que lo lograra. Aquel metal fue a clavarse directamente en su estómago y a retorcerlo sin que su poder, fuera cual fuera (porque era obvio que además del hielo controlaba los elementos...), pudiera apartarlo. NADA podría, nada excepto mi deseo, y como una planta trepadora fue apretando sus órganos internos y dañándola cada vez más. No iba a matarla, pero sí iba a jugar con ella. Porque me aburría.

Este ya llegaba a ser muy pesado. Demasiado pesado. Podía leer en su mente el deseo de jugar conmigo hasta que se aburriera. ¿Y creía que se lo iba a permitir? En cualquier momento podría irme del infierno y materializar me en cualquier lado de la tierra y no volver a saber nada de aquel impertinente demonio, engreído. Y encima se quita la camiseta. ¿Para qué? ¿Para hacerse el machote enseñando todos sus tatuajes? Por dios podían llegar a ser tan simples los demonios como él.

Al parecer se dio cuenta que no me aleje demasiado. El chico era listo. Punto a favor para él, en el sentido de ser interesante. Pero aun así tenía demasiados puntos en ser aburrido. Un demonio como otro cualquiera. Los tenía muy vistos y podían llegar a ser decepcionantes. ¿Y ahora que se creía al probar mi sangre? ¿Un vampiro? Al menos sabía reconocer el buen gusto. Pero seguía sin hacerme gracia que creyera que yo era un demonio cualquiera que solo buscaba sexo. El sexo para mi, era lo mas superficial del mundo. Y que alguien como el me considerar una prostituta...No merecía mal gastar mi tiempo.

Y ahora estaba estrujando mis órganos internos. Por suerte para mi, desde mi nacimiento me hicieron cosas peores y me enseñaron a aguantar el dolor hasta no derramar ni una sola lágrima en mi último suspiro de vida. Y desde luego, con aquello ni me inmute. Me quede quieta, bostezando. Esperando haber si se daba cuenta de que estaba perdiendo el tiempo con aquello. No iba a mostrar ningún signo de dolor, incluso si me mataba.

-Ay...Ya te dije antes me aburres...Ya te dije que odio los demonios que se creen que todo es lo mismo en todos. Así que búscate otra demonia y juega con ella todo lo que quieras. Conmigo pierdes el tiempo.

Y era muy cierto. Por mi como si me mataba allí mismo, me daba igual. Pero no iba a hacerle ni caso, hasta que cambiara la mentalidad tan corta que tenía de ver las cosas. Aun le quedaba mucho que aprender, aunque había que admitirlo, su punto de fuerte, y astuto tenía, pero aun así no era alguien que pudiera vencerme tan fácilmente. Al menos aria falta veinte como él para eso.

Me tumbe sobre la arena, como si tomara el sol. Esperando haber si ya dejaba el intento de destruirme o al menos de que cediera a "admitirles que era como las demás". Si seguía creyendo eso todavía después de todo, si que era un imbécil.

La atmósfera del Infierno siempre me había parecido demasiado agobiante, como los ecosistemas de la Tierra en los que hacía siempre un calor húmedo y pegajoso, a la altura del Ecuador sobre todo, y siempre tenía la sensación de que allí abajo hacía demasiado calor. Para lo que a mí me gustaba el calor, que era absolutamente nada porque yo era amante del frío por siempre y para siempre, estar mucho tiempo allí sin quitarme nada de ropa no era algo posible, y como en aquel momento la opción de quitarme la camiseta había venido servida en bandeja por ella por eso de que me la había destrozado y dejado para el arrastre con su enorme ego, quizá semejante al mío pero sin duda menor. De la nada hice que apareciera una camisa de tela fina, ni me importaba la calidad de la tela en cuestión porque con tal de que fuera negra y de manga corta me servía, amén de que fuera ligera para aguantar el calor, y una vez apareció, con la chavala aquella aún tendida en el suelo y bostezando mientras yo aprovechaba para retenerla con el metal en su interior, me la puse, dejando los botones sin abrochar porque, sencillamente, tenía demasiadas pocas ganas de perder el tiempo haciéndolo y así cualquier mínimo de frescor me entraría mucho mejor. Aparte, tenía un cuerpazo y no me importaba llevar la camisa abierta o cerrada, así que eso de mi apariencia física en aquel momento era algo accesorio. Ella, tras soltar bravatas llamándome aburrido y todas esas cosas que ya me había dicho (sí, porque ella era monótona y se repetía y esas cosas, que luego el de la falta de originalidad era yo...), acabó por tumbarse mejor en el suelo y consiguió que yo mismo estirara las piernas y siguiera fumando de aquel cigarro que tenía a medias, uno de los pocos vicios (aparte de las mujeres y el alcohol) que me quedaban de mi anterior etapa como medio humano. Eso de ser híbrido durante tanto tiempo me había afectado, de verdad... En fin, que terminé por acabarme el cigarro y tirar la colilla por ahí mientras miraba al infinito, o al menos a lo que podía asemejarse un poco al infinito de aquel lugar tan infinitamente aburrido, y mientras el metal seguía extendiéndose como una planta trepadora por el organismo de Padme. Sabía que su orgullo le impediría mostrarme que le dolía aunque lo estaba haciendo, y sabía que se inventaría cualquier excusa en su cabeza para justificar no decir nada, pero no por ello impedía que aquello dejara de crecer en su interior sin posibilidades de salir y destrozándola...no iba a matarla y los dos lo sabíamos, quizá porque me resultaba entretenida, pero de ahí a no hacerle daño....había un trecho. Terminé por hacer que los trozos de metal comenzaran a ramificarse hasta rasgar su piel y empezar a abrir heridas profundas en su vientre, momento en el que me giré hasta quedarme sentado a lo indio y levanté su camiseta a la altura de su estómago, manchado de sangre y herido. Ah, la sangre...nada que ver con la necesidad que tenían los vampiros de beberla, porque lo mío era puro vicio y sadismo, pero aún así hacía que tuviera sed... Y por eso mismo bajé la cabeza hasta rodear sus heridas y lamer la sangre que salía de ellas sin cuidado, con lo que conseguí que a veces el piercing se enganchara en alguna herida o incluso en su piel y que por mi don de lenguas, nada desdeñable, y el contraste con el frío del metal, su propia piel empezara a erizarse y su propio cuerpo empezara a abandonar el frío habitual fruto de su poder para calentarse. Así que aquello la estaba excitando y yo sin hacerlo a propósito...fíjate qué bien. Terminé por separarme de ella, con la boca ensangrentada y expresión pensativa y el dedo acariciando también su cuerpo, de manera distraída, mientras sangraba todavía. – La sangre es por puro vicio. Tras cierto tiempo viviendo acabas por darte cuenta de que tus propios iguales tienen algo que te puede atraer más que sus almas o sus cuerpos. Te hace más fuerte, o en mi caso simplemente disfrutas de su sabor. Tienes razón cuando dices que no eres igual que las otras, tu sangre así lo demuestra. Tu comportamiento, sin embargo... – le dije, encogiéndome de hombros y volviendo a bajar a su vientre para seguir lamiendo la sangre que caía de sus heridas provocadas por mí y, de nuevo, excitarla...quisiera ella o no.

Llevaba siendo aficionado a beber sangre de demonio desde hacía más de treinta años. Dado que mi aspecto físico era aún el de alguien que no superaba precisamente esa edad y que mi propia edad sobrepasaba el siglo de antigüedad, era algo que la gente no solía esperarse cuando me miraba a la cara, ni eso ni que disfrutara, como si fuera un vampiro, del sabor y del poder que me ofrecía aquella sustancia rojiza. Para los demonios, o al menos para algunos de nosotros, constituía una fuente de poder adicional enorme, que enriquecía nuestros propios poderes y que, además, permitía que disfrutaras de cierto dominio de los poderes del otro. Lo de cierto dominio era un eufemismo, en mi caso, porque aparte de que ya disfrutaba de sus poderes antes de haber bebido su sangre, podía decirse que una de las ventajas de ser omnipotente era que no necesitaba probar su esencia, algo de lo más íntimo de ella para compartir sus poderes. Sólo con desearlo podía hacerlo, y que viniera acompañando a algo que pensaba hacer de todas formas, como era lamer su sangre...era sólo un mero accesorio que no empañaba lo principal. Ella era entretenida, si bien no divertida porque las dos cosas no eran iguales en aquel momento, y su sangre resultaba, después de probarla una vez, algo que era como el alcohol más dulce: entraba muy fácilmente y era algo muy bebible. Por eso mismo, por estar concentrado en beber de la sangre de su vientre, ignoré su comentario metiéndome prisa y diciendo algo de que me iba a cansar de beber su sangre. Ah, así que eso era... Si se hacía la dura era para evitar que me cansara de ella porque le daba miedo que me cansara de ella, de su sangre o simplemente de su presencia y de sus chiquilladas en formas de juegos. Oh, qué adorable...al menos me lo parecería de recordar exactamente lo que significaba la palabra adorable, cosa que no entraba dentro de mi dominio idiomático por eso de no usarla nunca. Ella aprovechó para cambiar de postura, por las piedras que se le clavaban en la espalda, y para impactar su estómago abierto contra mi cara y mancharme de sangre. Con lo que no contaba era con que, en vez de enfadarme, aquello sólo me divertía y me daba más ganas de beber su sangre y de ella en general. Lograba, en algún modo enfermizo de entenderlo, excitarme y hacer que no fuera suficiente con la sangre que manchaba mi cara. Llegados a aquel punto tenía que plantearme algo más brutal con ella para domar a aquella fierecilla inquieta y, a la vez, empezar a saciarme la sed creciente de sangre que, cuanta más veía, más crecía. Por eso mismo llevé una de mis manos a mi rostro y limpié la sangre para llevármela a los labios; por eso mismo, volví a llevar aquella mano a sus heridas para abrírselas más con los dedos y seguir bebiendo de ella, inmovilizándola contra el suelo de paso. Me importaba poco que se le clavaran las piedras en la espalda, como si quería tatuárselas junto a mi nombre en hebreo. No iba a moverse. – Voy a enseñarte algo que no dicen tus maravillosos libros, algo referido al gourmet. Cuando te enfrentas a alguien que bebe sangre y que, encima, la disfruta, lo último que tienes que hacer si quieres que deje de beber de tu sangre es darle más porque es como las drogas, no hace sino aumentar el apetito. No solamente el de sangre, he de añadir. – le dije, encogiéndome de hombros. Como ella no podía moverse, aproveché para subir a su cara, desde arriba, para mirarla con la boca ensangrentada y una expresión neutra que, junto a mi mente cerrada, no revelaba mis intenciones en absoluto. Una de las ramificaciones del metal-enredadera que la devoraba por dentro subió a u boca y la obligó a abrirla, insertándose en su lengua y llenándola de heridas sangrantes. En aquel momento, bajé hasta atrapar su lengua con mis dientes y dejarla quieta, como toda ella, mientras con mi lengua y el piercing recorría la suya y recogía toda la sangre que salía en aquel amago extraño de beso que le estaba dando y que, como todo lo que le hacía, quisiera ella o no admitirlo, la estaba excitando. Ese era el efecto que producía en ella.

Obviamente, era mejor que ella en cualquier cosa que me propusiera hacer y que acabara por llevar a cabo y sólo había que vernos a los dos para poder darse cuenta de la diferencia que había entre un dios, yo, y un simple insecto, ella. De verdad, ella creía que podía vencerme a mí, precisamente a mí, a aquel que no le tenía miedo a nada ni a nadie y a aquel que siempre hacía su santa (demoníaca, más bien) voluntad en absolutamente todas las cosas que estaban bajo su control...lo que reducía las cosas a todo lo que pasaba en el mundo. Omnipotencia, niñata menor de un cuarto de siglo que, aún así, se cree especial y esas cosas. ¿De verdad creía que iba a ser tan fácil acabar conmigo? ¿En serio? Me defraudaba, muchísimo además porque la niña aquella tenía potencial...el propio sabor de su sangre y su testarudez más que reprobable eran muestra de ello, aunque su osadía...su osadía, si no eras yo, no te serviría de nada y no haría sino que te metieras en problemas o, como le iba a pasar a ella, que se pasara de lista por pretender que las cosas en algún momento habían estado bajo su control. Yo era el marionetista que controlaba los hilos; ella, la marioneta que bailaba a mi merced y a la que yo había manejado desde el principio...¿y en serio se creía mejor que aquel que controlaba lo que pudiera pasarle, si vivía o si moría...? Con un solo pensamiento consciente, el mismo esfuerzo que supone elegir el cocktail en un bar, podría eliminarla de la faz de la tierra como si nunca hubiera existido...¿y aún así quería andarse con chiquilladas? Por mí perfecto: a los chiquillos tiene que tratárseles como a tales para evitar que resulten tan malcriados como había salido ella, pues tanto ego no tenía razón de ser en absoluto. Vamos, había conocido a humanas mucho mejores que ella, aunque también había que admitir que las había conocido hacía ya mucho tiempo, alrededor de unos cien años. Si es que...no hay humanas como las de antes, de verdad. El caso fue que ella amenazó con ponerse seria sin palabras, o todo lo serio que alguien como ella pudiera ponerse, y decidió convertir todo su cuerpo en hielo, aquello que tanto le divertía utilizar y que, al paso que iba, terminaría por convertir en algo aburrido...y yo que hasta entonces apreciaba al hielo, pobre elemento incomprendido. En fin, que atrapó mi lengua y aprovechó para pasarme el hielo a través de su sangre al interior de mi organismo, haciendo que empezara a congelarme por dentro lentamente y, al pensar que podía llegar a usar mis poderes terminó por desplazar el hielo al lóbulo de mi cerebro que, en teoría, controlaba mis poderes...niña tonta, ¿qué parte de yo no soy como los demás no acabas de entender? ¿El no? Porque mi poder no viene de mi cerebro: viene de mi voluntad; no es algo físico, que pueda localizarse en una parte del cuerpo como mi (prodigioso) cerebro: es algo espiritual. Sorprendente, ¿eh? Total, que si a ella le apetecía creer que tenía el control que lo pensara, y si en su monólogo diciéndome que me había pasado al hacerle el mejor favor de su vida quería decir que tenía lo que merecía adelante, enhorabuena por ella, ¿qué quería a cambio? ¿Un maldito premio? Quizá, y así sería el único que le habían dado en su vida...pero si ella era la que creía que podía irse en cualquier momento y la que pensaba que el aburrido era yo, es que estaba muy equivocada, e iba a demostrárselo enseguida. El hielo siguió desplazándose por dentro de mi cuerpo, aprisionando mis órganos y logrando hacerme daño hasta que, al final, con una explosión final de dolor, caí al suelo, muerto...
Y lo sumamente fácil que fue hacer que mi mente abandonara aquella ilusión hecha realidad a la que yo había poseído para darle mi toque personal casi me sorprendió, casi tanto como que ella no hubiera sospechado que desde el principio de nuestra conversación no hablaba con el auténtico Adam, sino con una ilusión de él hecha realidad por mí y mi poder y poseída por mí para darle apariencia de realidad...y realidad en sí, porque lo que yacía a su lado era un cadáver con mi apariencia y mi energía, pero sin mi poder y mi esencia propia, ese je ne sais quoi que me hacía tan genial como era. ¿Tanto confiaba en sus poderes y ni siquiera había sabido distinguir una ilusión de un auténtico demonio? Qué triste, y por eso, sentado en una especie de trono de piedra lejos de ella que más bien era un asiento más cómodo de lo normal, no reprimí el bostezo que mi auténtico cuerpo, vestido con pantalones tejanos, camisa de manga corta abierta que dejaba mi pecho al descubierto y zapatillas de tela, dejó salir, así como tampoco evité apoyar la cabeza en la mano y esperar...a ver si le apetecía venir donde estaba yo, porque lo que estaba claro era que yo no iba a ir donde estaba ella...sólo faltaba, después de semejante humillación por su parte.

Al final el chico resulto ser más bueno de lo que yo pensaba. Era la primera vez que me había tragado un juego de ilusión creada por mi enemigo. Generalmente me suelo dar cuenta cuando algún rasgo entre la realidad y la ilusión varia, o simplemente con acercarme a un jugador de la ilusión - en este caso Adam.-. Si, definitivamente le había subestimado. Pero no por ello iba a dejar de cambiar de parecer.

Me levante del suelo a la vez que mi cuerpo se volvía a transformar en hielo, haciendo como el ruido de cristales chocando unos contra otros. Por un momento observe la marioneta de Adam, que ahora yacía en en el suelo. ¿Cómo podía haber sido tan ingenua? Jamás me había pasado. Me había decepcionado a mi misma. Pero bueno, al menos se admitir la derrota de la batalla. Aun no había pasado la guerra. Y sinceramente, pasaba de tener una guerra contra él. Simplemente porque perdía el tiempo.

Estaba tan segura de que él se creía tan superior a mi. Y como no, el seguro que pensaba lo mismo de mi. Pero, pobre de él ¿No? Podía matar le en menos de una milésima de segundo estando en lugar del mundo que estuviese. Y aun así, sería un desperdicio. Ahora me tocaba decidir que haría. Veamos tengo tres opciones: Una me doy la vuelta y le dejo para que haga lo que quiera sin mi, dos voy le hago creer que es el dios del mundo y que yo seré una vez más su marioneta, o tres, voy le digo que a sido impresionante para que así quede contento y me largo. ¿Cuál es la más indicada? La primera era muy tentadora, estaba haciendo el tonto con este estúpido juego. La segunda, sería caer muy bajo, jamás había hecho eso con nadie y mucho menos con él. Y la tercera...Bueno, era la más madura ¿No? En fin, no me quedaba otra.

Metí las manos en el bolsillo a la vez que caminaba a una de las piedras sobre salientes. Y una vez estando en el borde, salté. Un salto pequeño pero que me llevo hasta una de las rocas haciendo que la base de esta se rompiera del impacto. Se encontraban cerca del verdadero Adam, y a la vez, estaba lejos de él. Por primera vez me fije en la roca que tenía forma de trono.No tuve otra que morderme la lengua para evitar estañar a carcajadas.Tuve que tomarme más de un minuto para hablar sin soltar ninguna risa al respecto. Aquel demonio tenía mucho ego. Se creía demasiado cuando no era nada.

-Felicitaciones, Adam.- Marqué su nombre para poder hacer una larga pausa y evitar la risa.- Has sido el primero en engañarme con una ilusión. Has ganado la batalla.-hice una estúpida inclinación como si él fuera el rey del mundo.- A la, que te valla bien.

Me di la vuelta, tomando uno de mis cigarrillos y encendiendo le con una llama que salio de mi dedo. Necesitaba un cigarro para tranquilizar los músculos y que no estañaran a carcajadas. Fui dando caladas ala vez que caminaba. Volví a ir donde estaba la chica congelada y la descongele. Pobrecita ¿No? Ella no tiene la culpa de que haya gente tan estúpida.

Había sido divertido pero, un demonio como él tiene demasiado ego. Y vamos a admitirlo, yo es que tampoco sea la más indicada para ello, puesto que sabía que era la mejor asesina y luchadora en los cinco mundos existentes y eso ya me hacía muy egocéntrica por mi parte. Pero bueno, al menos no lo era tanto como él.

Me moría de aburrimiento allí sentado, tanto que los bostezos se me escapaban de los labios insistentemente y nada, ni siquiera pensar en todo lo que podría hacer en aquel Infierno tan sumamente aburrido y monotemático, era capaz de entretenerme un solo momento. Que ella hubiera sido tan sumamente predecible y aburrida como lo eran todas las diablesas a las que había conocido, y habían sido muchas, no hacía sino hacer de aquel período de espera hasta que ella recogiera los pedazos machacados de su dignidad más tedioso. Si al menos estuviera allí, podría considerar torturarla un rato para entretenerme y que el tiempo pasara mucho más rápidamente, pero como no estaba allí, tan hundida como iba a estarlo en cuanto llegara, me tocaba sentarme y esperar a que admitiera su derrota, porque vamos a ver...mira que no distinguir una ilusión de la realidad en alguien que se creía tan sumamente pro... Era como decir que eres inteligente y no saber ni leer ni escribir, o decir que te gusta el heavy metal sin que te guste el sonido de una guitarra eléctrica: simplemente, no podía darse si no querías quedar como alguien que mentía, tanto a sí mismo como a los demás. Ella, obviamente, no podía engañarme precisamente a mí y sus principios de esquizofrenia, más que miedo, daban lástima, exactamente igual que ella. ¿Se suponía que aquella era la niñita mimada de Lucifer ante la que todos los demonios teníamos que arrodillarnos? ¿Quién se había pensado que era? O se le había subido la posición a la cabeza o Lucifer le había dado al LSD antes de nombrarla como tal y no sabía lo que hacía, lo único que podía decir en defensa de semejante enajenación mental. Y, conociéndola como empezaba a hacerlo, con todo aquel intento de querer ser como yo sin poder conseguirlo porque nadie excepto yo puede ser tan sumamente genial como lo era yo, la opción que probablemente fuera sería una mezcla de las dos...porque todos los demonios sabíamos que Lucifer no estaba demasiado cuerdo, precisamente (sobre todo porque había dejado que alguien como Hades le dominara...algo de muy mal gusto, a decir verdad) y, bueno, de tal Lucifer tal Padme, más claro agua. Así estaba yo, aburriéndome cual ostra aburrida y como alguien que no tenía ganas de hacer absolutamente nada relacionado con esperar (por eso de que era muy aburrido, y tal...), cuando ella llegó, pretendiendo que por hacer el paripé de no reírse y de hacerlo visiblemente su dignidad iba a quedar restaurada, o algo así. Vamos a ver, niñata inútil...¿crees de verdad que por considerarte especial cuando los hechos hablan por sí solos y demuestran que no eres nadie voy a respetarte o, siquiera, a escucharte? Tus intentos de mantener una dignidad que obviamente no tienes me fascinan, así como tu incapacidad para ver las cosas como realmente son. El día que te apetezca madurar me avisas, y tal vez seas capaz de ascender de la categoría de ameba a la de insecto apestoso... Total, que se despidió de mí y yo simplemente bostecé, porque no iba a darle el gusto de rebajarme a su nivel y responder. Eso quedaba por debajo de mi categoría, y como no estaba dispuesto a rebajarme tanto, no iba a hacerlo...y sólo me costó un pensamiento consciente dejar de estar sentado en aquel trono para estar en una zona del infierno mucho más concurrida y en la que la gente, al reconocerme, se encogía sobre sí misma, presa del pavor...todos ellos lo hacían porque aquel era uno de mis territorios y estaba poblado por almas que yo mismo había condenado a una eternidad de dolores y por demonios a los que había subyugado con solo desearlo...como todo. De tan fácil que era, me aburría, pero como tenía que hacer cosas por allí, cosas relativas a mis propios asuntos que me interesaba tener controladas y que tenían que tener un orden para poder seguir como estaban y avanzar en la dirección que yo quería que siguieran, fui directo a poner ese orden precisamente y a...bueno, a aprovechar para poner a más de uno en su sitio correspondido. A veces pecaba de excesivamente generoso, recordándoles su lugar de inferiores a mí...